Retomo las últimas frases del blog anterior, porque de alguna manera son el punto de partida de la novela, son el verdadero summum de toda esta historia.
“¿Mis recuerdos de la niñez? ¿No importa que sean tristes?...”
Así empezó a contarme su historia, su vida. Una narración cronológica de los sucesos que se quedaron en su cabeza. Los que su cerebro seleccionó para que nunca se fueran al desván. ¿Es posible que todos los recuerdos se queden dentro de nosotros, en algún lugar indefinido del cerebro? Me vienen imágenes vagas del cuento de Borges “Funes el Memorioso” y sé que resulta imposible recordarlo todo. Pero ¿A dónde se va lo que no recordamos? ¿Se borra definitivamente? ¿Una regresión puede hacer que vuelvan esas imágenes olvidadas? Eso hubiera querido. Ponerla en un diván, hacerle una regresión y que no omitiera ningún detalle sobre su vida.
Quería que me narrara todo con pelos y señales. No es posible. Incluso los recuerdos resultan salpicados de reconstrucciones que hacemos para llenar los agujeros de la desmemoria. Tenía que ser consciente de eso, de lo relativo de la verdad. Y por ende yo también debía llenar con detalles las escenas de su vida, inventarlas. ¿Eso en qué convertiría este libro? ¿En una novela inspirada en la vida de mi madre? Porque no podía ser su biografía, no contaba con toda la información que requería. ¿Sería un libro sobre mis memorias en relación con ella? Eso estaba más cerca de la realidad porque hablaría de lo que viví, del protagonismo que mi progenitora tuvo y sigue teniendo en mi vida. También podría recopilar documentos, escritos, historias clínicas y ese tipo de testimonios inmutables y asépticos. Esos eran reales e inalterables. Pero debía interpretarlos, decir algo de ellos y entonces… volvía al punto de partida.
Cuando empecé a leer libros que algunos escritores hicieron sobre sus padres y madres, vi que mi preocupación era común a la de muchos de ellos. La palabra escrita es una aproximación a la realidad, por tanto decidí que mi versión de su vida recrearía las escenas que yo considerara definitivas, con la información que ella me dio pero siendo fiel a sus sentimientos y a la esencia de los hechos. También quise respaldar su historia con documentos, fotos, sus propias palabras, mis recuerdos, mis reflexiones y testimonios de otros. Así trataría de llegar a un equilibrio entre realidad e imaginación.
Otro hito ha sido la tecnología. Sin la tecnología este libro no sería posible. Parece raro que quiera exponer aquí mis agradecimientos a Skype, a Call Graph o a WhatsApp, pero sin estas herramientas no tendría tantas horas de grabación con mi madre, ni hubiera podido asistir en la distancia a su enfermedad, agonía y muerte. Gracias a estos medios elaboré el duelo de su partida a nueve mil kilómetros de distancia. Fueron mi tabla de salvación. Pero también Skype y la conexión a internet me fallaron en el momento que más las necesité y las maldije. El milagro y la traición de la tecnología que no es infalible, sigue siendo el artificio de la vida moderna que se instaló entre nosotros de manera tan rotunda que ya no queremos prescindir de ella. Estamos atrapados en la red, en la paradoja del «tan lejos, tan cerca”.
Mi madre me habló de su pasado en llamadas que duraban una o una hora y media, sobre algunos episodios que la marcaron, unos muy patentes, otros muy amargos, algunos bastante difusos. Las grabaciones las terminamos el viernes veintisiete de septiembre. El lunes treinta de septiembre, al amanecer del martes, mi madre sufrió una isquemia cerebral que le afectó el habla y la movilidad y de la que ya no se recuperó.
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