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Foto del escritorDina Rac

LA ÚLTIMA LLAMADA

Continúo con el registro de lo que me iba pasando mientras trabajaba en la novela de “Parirás con dolor”.  Y este, el trago más amargo e inevitable, lo comparto contigo. 



escritora novel
Ella está feliz en la isla de San Andrés (Colombia)


Hay un problema de conexión a internet… Espera mientras intentamos recuperar la llamada… Llamando…


–¿Hola? Se volvió a caer la llamada. –digo entre susurros mientras veo unos segundos de imágenes…


Hay un problema de conexión a internet… Espera mientras intentamos recuperar la llamada…


–¡No puede ser! Otra vez no. –me digo. 

Llamando…


Escucho a través del teléfono, al fondo, la prédica del sacerdote:


–Señor ten piedad de nosotros… Cristo ten piedad de nosotros. 


Un coro repite las mismas palabras pero con un sonsonete llano y lúgubre. Parece que me lo dijeran a mí. Aunque poco me consuela, peor es nada. 


 De nuevo el problema de conexión. Y un mensaje:


Su ordenador no tiene capacidad suficiente para llamadas con vídeo: apague la cámara. 

Bien, la apago. No hace falta que me vean. 


Me responde de nuevo mi hermano mientras hace un barrido de la estancia con la cámara de su teléfono. Alcanzo a ver algunos rostros familiares: mis sobrinas, mi cuñada, algún primo y vecinos. Todos con sus caras largas. Alguno mira… y yo al otro lado… pero no me pueden ver, mi cámara está apagada. 


Hay un problema de conexión…


Llamando…


¿Pero qué pasará? ¡Esto es increíble! ¡Justo hoy! Mi pequeño portátil ya estaba sacando la mano, eso lo tenía claro, pero el problema era de la conexión a internet, seguro que en Colombia. Las llamadas no duraban más de dos minutos cada vez, algunas sólo segundos. 

Vuelvo a marcar: se cae la llamada. 


Empiezo a enviar mensajes de WhatsApp al Grupo Familia: que alguien se conecte a Skype, por favor. 


Nada… no hay respuesta. 


Envío otro mensaje de WhatsApp al Grupo Familia: graben por favor algo. Lo quiero ver, aunque sea después.


Negativo… Mis insistentes gritos virtuales no tenían respuesta.


–¡Qué mierda! –me repetía con cada desconexión. 


Última conexión: 20 segundos. 


¡Puff! No podía más. Rompí el lápiz que tenía entre los dientes de un solo mordisco. Me dolía la cabeza como si la tuviera oprimida. El dolor bajaba por la espina dorsal y se extendía por el cuello y los hombros. Me daba cuenta de que estaba adoptando una postura encogida, rígida. 


–Relájate, respira. –me decía a mí misma. 


¿Con quién más lo podía comentar?. En ese momento no podía contar ni con la tecnología, me había fallado.  


Me consolaba pensar que había podido establecer conexión un buen rato, cuando eran las ocho de la mañana en Medellín y en Madrid las dos de la tarde. Tuve que esperar todo el día, con un nudo en el estómago para poder conectarme a Skype y estar ahí de alguna forma, de la que era posible… A esa hora llamé a mi sobrina, la única de la familia que aparecía junto al circulito verde que indica «conectado». Pude estar ahí, mirando, llorando. Tocando la pantalla como si la tocara a ella…


Pude ver su rostro marmóreo, pálido, con rasgos inexpresivos, con la boca tan apretada que ya no reiría ni pronunciaría jamás palabra alguna. Me costaba asociar esas facciones con la imagen que conservaba de ella. Tocaba una vez más la pantalla, casi podía sentir el frío que desprendía su cuerpo, imaginarme el olor de las coronas de lirios y claveles, ese aroma saturado de muerte. Oía el llanto incesante de mi hermana, como una música de fondo, pero sólo podía concentrarme en mis propias lágrimas, provocadas por las punzadas en mi pecho y estómago. La imagen a través del monitor de plasma era la prueba que necesitaba, la que me daba la certeza: el único modo en que mi cerebro podía percibir la realidad de su muerte. No bastaba pasarlo solo por el tamiz de la razón, tenía que verla por lo menos, ya que no podía tocarla. 


Se vuelve a caer la llamada y el punzón invisible se hunde más adentro de mis entrañas. Me quedo sin aire, pero es más necesario el llanto. Los abrazos imposibles de mis hermanos habrían hecho que mis lágrimas fueran más reales y, sobre todo, el acariciar la cabecita blanca de mi mamá por última vez…


La última video-llamada mostraba la marcha fúnebre: pasos lentos en medio de una lluvia insistente que la acompañaban hasta su tumba. 


Llamada caída. 


Recibí por el WhatsApp el video que mostraba unas poleas bajando el ataúd a un hueco oscuro y frío en la tierra. Se me heló el corazón de tan sólo pensar que la estaban arrojando a la soledad. Afuera de la carpa blancuzca no paraba de llover. Dentro, otra lluvia sobre su féretro: flores blancas que se desharían con ella. El enterrador le echaba tierra encima con una pala y la iba tapando poco a poco. Se cortó la imagen… era la última vez que vería a mi madre… o lo que quedaba de ella.

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Guest
Jan 23
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