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Foto del escritorDina Rac

Descubriéndote me descubro

“Yo no soy lo que me sucedió. Yo soy lo que elegí ser” Carl G. Jung


libro sobre la familia
Raquel y Claudia, despedida en el aeropuerto.

A la par que escribía ideas, escenas y relatos de lo que sería posteriormente “Parirás con dolor”, iba recopilando reflexiones y pensamientos sobre lo que me suscitaba la investigación de la vida de mi madre. Y así seguí:


Desde la perspectiva que me daba mi adultez y mi proceso inconsciente de tomar distancia de su presencia, física y emocional, mi percepción sobre ella se había suavizado. Podía observarla desde lejos, con la mirada fría que proporciona el tiempo y el abismo azul oscuro, entre dos continentes, en medio de nosotras. Pero sin deshacerme de la culpa por haberla «abandonado», por haber huido de su influencia, de la figura asfixiante que representaba para mí. Con el tiempo se me fue haciendo patente ese influjo que había ejercido en las decisiones trascendentales o anodinas que tomaba en mi vida. Estaban dictadas, en buena parte, en función de mi vínculo con ella.


En mi juventud fue «mi carcelera» por llamarlo de algún modo. Celosa hasta los tuétanos, me prohibía salir, ir a fiestas o reuniones de amigos. No podía dejarme tocar una mano, ni el pelo de ningún chico, un beso ¡ni pensarlo! Siempre vigilante cuando algún novio me visitaba en casa: se erigió como la guardaespaldas de mi virtud. La veía como la enemiga de mi libertad, mi antagonista, mi obstáculo para vivir. Fue una etapa difícil para ambas. Casi siempre encontré alguna excusa para evadir su ojo vigilante, busqué la manera de escapar a su bloqueo. Inventé miles de historias, hice cómplices a mis hermanos de mis huidas. Me llegué a convertir en una experta en la invención de mentiras fabricadas en exclusiva para ella. Llegó un momento en que planté cara a sus celos y a su ira. Me iba sin permiso, sólo «le informaba» de donde estaría y con quién. Muchas veces llegaba al lugar y me sacaba a empellones, avergonzándome delante de conocidos y desconocidos. Remataba su castigo en la casa, con la correa.


Ya no me duelen las noches enteras de llanto adolescente porque no me dejó ir a la fiesta o a los paseos con mis amigos, no tengo resentimiento por la herencia de la fobia a las cucarachas, o por haberme educado inmersa en la culpa frente a mi sexualidad. Aunque sé que todo eso se quedó en mi trastienda, en algún lugar de mi cerebro grabado a fuego.


Ella me trató y me educó con esas premisas en las que creía con firmeza, las que eran correctas para ella: la mujer debe ser «virtuosa», no «dar su brazo a torcer», virgen hasta el matrimonio. «Los hombres son malos, lo único que quieren es usarte». ¿Cómo vivir con este discurso a cuestas, si no es con culpa, de manera clandestina y con la sensación de que siempre estaba haciendo algo malo? ¿La he de condenar por eso? No. Ya no. Porque soy consciente de que Raquel fue una mujer que vivió sometida a la dictadura materna y después a las adversidades de su matrimonio, que dedicó su vida de manera exclusiva a sus hijos, a su esposo y a rezar. Nos educó con las herramientas que tuvo a mano, como creyó que debía hacer. Ya no quiero culparla. Tendemos muchas veces a responsabilizar a nuestros padres por nuestra forma de ser, actuar y hasta por la vida que hemos elegido. Pero nuestra vida es eso: una elección. Tomamos lo que queremos de nuestro entorno y lo adoptamos para nosotros. Pienso que debemos convertir todo, lo bueno y lo malo, en un aprendizaje, en herramientas para desenvolvernos en este mundo.


Sé que ella tomó las decisiones que tomó, porque no tuvo muchas alternativas. Ahora me interesa saber algo más del por qué de estas decisiones, de su comportamiento, de su enfermedad mental, de la manera cómo nos trató. Es lo que me mueve a indagar en los recovecos de su historia. Quiero descubrir a Raquel como hija, mujer, madre, esposa o abuela.


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1 Comment

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Guest
Sep 29, 2023
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Muy bien escrito el texto. Eres escritura sin duda.

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